“Ni tus frustraciones
personales ni profesionales importan a nadie. Te reprochas haber pensado
siquiera en ellas. Con el paso del tiempo, los cadáveres dejan de
impresionarte, no quieres, pero te has acostumbrado a la muerte. Y es entonces,
cuando te has fundido con la nada y te sientes parte de ella, que desde la
redacción te anuncias que puedes volver a casa. Buen trabajo, te dicen, recordándote
que el tuyo es el único oficio por el que puedes ser felicitado con entusiasmo
cuando ha consistido en contar la miseria, la crueldad o la pérdida.”
Es el anterior el párrafo con el que David Jiménez acaba su
relato sobre su vuelta a los lugares afectados por el tsunami de Indonesia en
su libro “El lugar más feliz del mundo”. Un texto crudo, duro, que más allá de
narrarnos la increíble desgracia sufrida por lugares como la devastada
provincia de Aceh, en Sumatra, nos deja ver los rincones más ingratos de la
vida de un reportero y aventurero intrépido.
Quizás con el paso de los años de carrera, la excesiva carga
teórica de sus asignaturas, los modelos cada vez más bochornosos que se nos
presentan en la prensa nacional, etc., a muchos futuros periodistas a punto de
graduarnos se nos estaba olvidando la raíz de la vocación natural que un día
nos hizo pensar que queríamos ser periodistas: Dar voz a los que no la tienen,
visitar lugares a los que nadie en su sano juicio iría en busca de la noticia,
narrar con veracidad y crudeza las injusticias y crueldades escondidas en los
confines de la condición humana.
Es por ello que la presentación de la última obra de David
Jiménez y su posterior coloquio con los presentes en la Sala Naranja de la
Facultad de CCINFO fue para muchos como una vuelta a esa raíz, un soplo de aire
fresco en mitad de la oscura nube de incertidumbre que se cierne sobre todos
los que saltamos al mercado laboral de los MDC en menos de un año. No en vano,
David representa todos los valores positivos del reporterismo clásico, aunque
tristemente sea un rara avis en el esquema actual de medios.
Alguien lo llamó alguna vez el Kapuscinski español y, a
título personal me atrevería a decir que la comparación no le viene grande. A
todos los escépticos o incrédulos les recomendaría que adquiriesen o pidiesen
prestado “El lugar más feliz del mundo” y se adentrasen en la realidad del
injustamente olvidado genocidio en Camboya, la vida actual de una heroína de
guerra vietnamita o el interminable sinsentido que mantiene en guerra a la bella
Cachemira en el norte de India.
Estas son solo algunas de las historias que conforman la
última obra del corresponsal de El Mundo en Asia. Como él mismo dijo en
#NewPaper, el libro decepcionará a aquellos que busquen un texto de autoayuda
atraídos por el enigmático título de la obra. Sin embargo, cautivará a todos
aquellos que aprecian la belleza oculta en las crudas verdades que, en
ocasiones por los kilómetros de distancia y en otras por la indiferencia propia
de la sociedad occidental, permanecen ocultas en los rincones más inesperados
de la Tierra.
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